Miedo a los insectos
Es verano. Con el buen tiempo, todos los insectos asoman la nariz. Algunos son enternecedores o divertidos pero, otros, por tonto que parezca, ¡son bastante terroríficos!
Un gusanito más aterrador que un perrazo
Los adultos exclaman: ¡No soporto las tijeretas!, o, ¡puaj, moscas, qué asco!... A sus dos años y medio, mi hija se agarra al cuello de los perros por la calle para darles besos, aunque sean tres veces más grandes que ella. Pero cuando encuentra una lombriz, se refugia en mis brazos gritando: ¡Un caracol!.
Una desconfianza ancestral
Seguro que nuestros más lejanos antepasados desconfiaban de los insectos que pican y de los escorpiones, mucho más temibles que los que pueblan nuestros parajes hoy en día. Ese miedo ancestral perdura sin duda en algún rincón de nuestro cerebro. Pero la realidad es que, hoy en día, los riesgos son muy limitados. Evitemos los abejorros y vigilemos las posibles alergias. Claro que seguiremos teniendo que soportar a los mosquitos...
Cuanto más pequeño, más inquietante
Asociamos a las cucarachas y los gusanos con la suciedad, y por eso nos repugnan. Todos esos bichos tienen un defecto: precisamente, que son pequeños. Tan pequeños que no sabemos cómo controlarlos y no cómo anticiparnos a sus imprevisibles movimientos. Así es: muchos bichejos nos amargan la vida simplemente porque se desplazan a su antojo. ¿Extraño, no?
Un miedo que puede transmitirse
Es el momento de recapacitar: nuestras propias aprensiones pueden impresionar a los niños. ¿Qué deben de pensar de nuestros discursos educativos, tranquilizadores y argumentados, cuando nos ven huir sin dignidad alguna ante una araña del tamaño de una uña del dedo del pie? Todos tenemos derecho a que se respeten nuestras fobias. Pero también tenemos derecho a combatir el miedo intentando conocer mejor el mundo de los insectos.
Bichitos fascinantes
Hagamos que nuestros hijos descubran la biodiversidad que los rodea, ayudémosles a comprender que la chinche más insignificante representa un papel indispensable en la cadena alimentaria, enseñémosles la extraordinaria complejidad de la organización social de las hormigas y la belleza alucinante de una libélula... Aprovechemos las vacaciones para cambiar de escala y dedicar más tiempo, junto a nuestros hijos, a meter las narices en la hierba.
Bertrand Fichou
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