El éxito del juego del escondite en los niños

¿Por qué tiene tanto éxito el escondite?

Los ojos brillantes, la sonrisa en los labios... ¡pocos juegos divierten tanto a los pequeños como el escondite! Pero ¿por qué les gusta tanto ver a papá o a mamá ocultar la cara detrás de una servilleta y aparecer de nuevo diciendo «¡Cucú!»? La psiquiatra infantil Catherine Jousselme comparte con nosotros sus reflexiones.

El éxito del juego del escondite en los niños

¡Cucú!... por puro placer

Pocos juegos ofrecen tanto placer físico y psicológico al pequeño. Empieza por estar en una tensión extrema: espera nervioso el feliz desenlace, pero no sabe cuándo va a ocurrir exactamente. A continuación, se deja llevar y se relaja completamente en el momento en que papá o mamá vuelven a aparecer. Es la sucesión de estos dos estados de ánimo opuestos entre sí lo que le provoca las carcajadas. Este buen humor tan espontáneo es contagioso y el adulto también se ríe. La alegría pasa de uno a otro y, entre ambos, surge una complicidad especial. Por eso no es extraño que el pequeño se muestre ávido de estos felices momentos en los que no hay prohibiciones, tensiones ni obligaciones, sino solamente placer.

¡Cucú!... para asimilar la ausencia

Papá o mamá está aquí. Desaparece... ¡y aparece otra vez! En el contexto de este juego, el pequeño se siente seguro: sabe que el adulto va a aparecer de nuevo en pocos segundos. Se ríe, precisamente, porque tiene la certeza de que será así. Pero esto no siempre ocurre cuando tiene que quedarse en casa con su canguro o en el cole, sin sus padres... ¿Seguro que van a volver? Este juego resulta especialmente útil en su desarrollo afectivo, ya que le permite aprender a controlar sus emociones en los momentos de separación y de reencuentro: puede dominarlas en un contexto tranquilo y distendido y repetirlas, una y otra vez, hasta llegar a construir una seguridad interior inquebrantable.

¡Cucú!... para crecer

Un buen día, es el niño el que se esconde. Al principio, tímidamente: se tapa la cara con las manos... ¡con los dedos separados! Según va creciendo, el juego se complica: se oculta tras el sofá... Esa capacidad de sustraerse a los ojos de sus padres le da la sensación de tener una autonomía nueva: incluso fuera de su mirada, solo en su escondite, sigue existiendo...

¡Menuda victoria! Gracias a este juego, el niño refuerza la confianza en sí mismo y siente que pronto podrá volar con sus propias alas. El escondite, además, le confirma que sus padres le quieren: la prueba son las exclamaciones de alegría que dan cuando lo encuentran de nuevo. Esta confirmación le ayuda a crecer con tranquilidad.

¡Cucú!... para sentir el poder

Vaya, vaya... ¿y si se hace el remolón y tarda un poquito en aparecer? ¡Qué divertido es oír decir a sus padres: «¿Pero dónde se habrá metido este pillín?»! Cuando el niño se esconde, siente que tiene el poder: puede manejar el juego y elegir su ritmo. Esta sensación es muy placentera en un momento de su vida en el que constantemente se le pide obedecer, hacer lo que quieren sus padres.

¡Ahora, decide él! En la vida cotidiana, los padres no pueden permitir que su hijo se crea todopoderoso... pero, a través del juego, sí pueden concederle este pequeño placer: su autoridad no va a cuestionarse por eso. Así que... ¡a jugar y a disfrutar!

© Bayard Presse-Popi-Isabelle Gravillon.


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