Cómo animar a los niños que no quieren hacer deporte

Los beneficios del deporte infantil

Es una creencia común que, cuanto más corren y saltan los niños, mejor lo pasan. Pero no todos los pequeños son «torbellinos» que no paran, ni todos disfrutan con los juegos que requieren ejercicio físico. Algunos niños los rechazan porque se sienten torpes, inseguros, porque no han tenido suficientes experiencias motrices... Se sienten más a gusto realizando actividades más tranquilas.

Percibimos el carácter de los niños desde que son bebés. Los hay tranquilos, que se quedan plácidamente en la cuna y, en la interacción, sonríen, miran, balbucean. Pueden pasar mucho tiempo mirándose las manitas o se entretienen observando un móvil. Otros, por el contrario, agitan las piernas y se mueven sin parar cuando los miran y, así, provocan que los cojan. Los dejan en un rincón de la cuna, y aparecen en el lado contrario.

Deporte para niños

Cómo favorecer que los niños practiquen deporte

Pero, aparte del propio carácter del niño, hay diversos factores que favorecen o dificultan el desarrollo psicomotriz. Uno de ellos es la cantidad de experiencias motrices que ofrecen los padres al bebé: si lo dejan la mayor parte del tiempo tumbado o sentado o bien permiten que pase ratos en el suelo y que tenga, así, la oportunidad de ejercitar la coordinación y el equilibrio, al experimentar cambios posturales (de sentado a tumbado, de tumbado a sentado, de rodillas a sentado o de pie...).

Otro factor importante es el entorno físico del niño: si vive en un lugar más cálido o más frío; si está o no en contacto habitual con superficies que favorecen el desarrollo psicomotriz, como la arena de la playa; si pasa mucho tiempo en casa o, por el contrario, sale con frecuencia a la calle o al parque y corre por distintas superficies y pendientes, se sube a los sitios, salta... También influye si el niño gatea mucho (con el consiguiente desarrollo psicomotor, de coordinación de manos, vista y piernas) o no lo hace. O si sus padres son jóvenes o mayores, personas activas o pasivas.

Pero algunos niños, a pesar de que acumulan mu­­chas experiencias motrices, se muestran torpes, len­­tos, descoordinados y tienen mal equilibrio, por lo que tropiezan, se caen, chocan y se golpean con frecuencia. Las razones suelen ser físicas: su desarrollo visual no se corresponde con el de su cuerpo, tienen tapones en los oídos y por eso caminan más inseguros y con menos equilibrio, tienen los pies planos, son más hipotónicos… o, simplemente, han crecido mucho de repente y tardan en organizar de nuevo su esquema corporal.

Estos niños aprenden a permanecer quietos. Desarrollan juegos que exigen estar tranquilo (juegos de mesa, trabalenguas...). En el recreo, prefieren intercambiar cromos o canicas que jugar al fútbol, o hablar con las amigas y cantar que jugar al pilla-pilla. Pueden ser grandes lectores, grandes dibujantes.

Disfrutan mucho más con actividades sedentarias y como no se sienten seguros en juegos de ejercicio físico, los evitan. Es una actitud que no tiene por qué suponer un problema, salvo en el caso de los padres deportistas cuya expectativa es que sus hijos crezcan para hacer deporte juntos.

Para que un niño que evita el ejercicio físico se acostumbre a realizarlo e incluso llegue a disfrutarlo, más útil que forzarle es invitarle a participar poco a poco, sin presionar, y poner de relieve el beneficio de la compañía o de la pertenencia al grupo, puesto que partimos de que no obtiene el placer derivado del propio ejercicio. Pero llegará a lograrlo.

María del Mar García Orgaz. Psicóloga infantil

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