Hola de nuevo

Vuelvo después de unos meses de inactividad “blogueril”, y es que, como ya os comenté, tuve un bebé.

Se llama Ernesto… sí, sí eso pensé yo “vaya nombre para un bebé”, pero fue un capricho de mi marido y nada pude hacer para que cambiara de opinión. Al principio no podía ni mencionar su nombre, no me salía. Ernesto me sonaba a un señor mayor con bigote, traje y maletín. Pero, con el tiempo, me he acostumbrado e incluso comienza a gustarme.

Ernesto tiene ya cuatro meses y medio. Cuando nació era, como cantan Fito y Fitipaldis, feo, feo, feo. Suena fatal dicho por una madre, pero creedme, tenía una pinta extrañísima. Sin embargo, ha cambiado radicalmente y ahora es un bollito de piel rosada, pequeños ojos negros y una boquita en la que siempre está pintada una sonrisa. Y es que Ernesto con poco que le hagas ya se está riendo.

Los tres primeros meses de un bebé, como cualquier mamá reconocerá, son los más duros, principalmente por la falta de sueño. Además, el nacimiento de Ernesto se nos juntó con una obra en casa, una operación de rodilla de mi marido y el comienzo para Jorge en el cole de mayores. Con todo el jaleo, pasé varias semanas sin tiempo siquiera para mirarme al espejo. Pero, todas las noches en blanco, todas las preocupaciones, todos los agobios por no llegar a todo lo que quieres hacer, todo se pasa cuando miras a tu bebé dormir plácidamente o cuando te mira y sonríe.

En mi caso, también he tenido que aprender a ser mamá de dos niños, y a hacer malabarismos para que el mayor no sintiera celos, algo que se nos está tornando difícil, aunque de esto ya os hablaré en próximos blogs.


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