Y de repente ¡el primer taco!

Las primeras palabras que emite el bebé son música para el oído de sus papás. Pero un buen día, para desconcierto de propios y extraños, el pequeño suelta su primera palabrota. No se sabe dónde o a quién se la ha oído, pero sí hay que tener claro lo que se debe hacer.

La vulgaridad en el lenguaje se ha apoderado de la sociedad. Abundan las palabras malsonantes en los programas televisivos, en el mundo estudiantil, en las conversaciones cotidianas, y ya apenas nos sorprenden. Pero no es lo mismo oírselas decir a un adulto que a un ?angelito• de tres años. Cuando son pequeños, los niños no se imaginan el significado de las palabrotas y expresiones vulgares que pronuncian los demás. Pero lo que está claro es que, cuando él las articula, los adultos no se quedan impasibles. Unos enrojecen, otros se ríen, otros se enfadan y muchos de ellos se quedan totalmente desconcertados. Tacos e insultos forman parte natural del aprendizaje del niño y es normal que los digan en un momento u otro. Pero evitar que formen parte habitual de su vocabulario es nuestra obligación. Empezando a hablar El bebé empieza a expresar sus primeras palabras y es toda una alegría escuchar como dice ?mamá• o ?papá?. Pero hay que tener en cuenta que el lenguaje no comienza en el momento en el que pronuncia su primera palabra, sino mucho antes. Desde que nace escucha los sonidos, el ritmo, la entonación?de las personas que están en contacto con él. Por ello, son cruciales los modelos que le rodean para el desarrollo de su lenguaje. Aprende a hablar porque observa a las personas y las imita. Y lo seguirá haciendo en la medida en que se le escuche y se le refuerce lo que está diciendo. Para él es como un juego y, a medida que experimenta con el lenguaje, va adquiriendo mayor vocabulario. ¡Caca, culo, pedo, pis! El niño sigue experimentando y aprendiendo, y alrededor de los tres años puede tener un vocabulario de alrededor de mil palabras. Se encuentra en el momento de máximo desarrollo del lenguaje y le encanta aprender palabras nuevas, jugar con las que ya conoce e incluso inventarse algunas. Le llaman la tención aquellas que se expresan con énfasis y, sobre todo, aquellas que provocan ?reacciones especiales• en los demás. Por ello es normal que haga sus primeros pinitos en elmundo de las palabrotas. A partir de los 4 ó 5 años además empiezan a parecerle graciosas las palabras relacionadas con los genitales y los excrementos. El mero hecho de decir ?caca, culo, pedo, pis• les provoca la risa. También utilizan términos malsonantes que no tienen que ver con la fisiología del cuerpo y generalmente suelen elegir los que oyen más a menudo o los que llaman más su atención. Hasta aquí se trata de una conducta normal. A esta edad se siente atraído por la magia del lenguaje e imita, experimenta y prueba con los nuevos conceptos que va aprendiendo. Pero la cosa se complica cuando descubre que algunas de sus palabras tienen un poderoso efecto. Son como esponjas Los padres en muchas ocasiones se preguntan: ¿dónde ha aprendido semejantes palabrotas• La respuesta es obvia. Los niños hacen lo que ven. Se las oyen a sus compañeros de juego, a los adultos o en los medios de comunicación. Sergio es un niño ?encantador• de tres años y lo tiene muy claro. Cuando quiere sacar a su madre de quicio, primero la llama para asegurarse de que le escucha y a continuación dice: ?¡Coño!, como dice el papá de Pedro?. Debemos procurar que el lenguaje que escuchen nuestros hijos sea el adecuado, ya que estos lo almacenan todo y luego es fácil que lo repitan. Por tanto, hay que cuidar el grupo de amigos con el que el niño se relaciona, seleccionar el tipo de programas televisivos que ve y, por supuesto, predicar con el ejemplo. Nuestro vocabulario es muy rico y seguro que podemos omitir las palabras ordinarias.

El poder de la palabra El niño, en un principio, desconoce el significado real de estas palabras y, desde luego, no tiene ningún ánimo de ofender. Pero percibe perfectamente que, cuando las usa, los adultos le prestan una atención especial. Cuanto más extrema es la reacción paterna, antes se da cuenta de que ha dado en el clavo. Y a partir de aquí se instaurará en su vocabulario, para disfrute del niño y disgusto del adulto. Es importante conocer la finalidad que esconde cuando dice palabrotas, es decir, por qué las dice. De este modo se podrá encontrar la manera más adecuada de reaccionar ante ellas. Es posible que el niño las utilice para imitar a los adultos y demostrar que ya es mayor. También puede ser un intento de saltarse los límites y llamar la atención. Puede usarlas igualmente para manifestar enfado, divertirse o simplemente por curiosidad. Ante todo, naturalidad Si queremos que esta etapa sea pasajera y no se afiance, hay que procurar que el taco pierda su fuerza expresiva. No podemos evitar que diga palabras malsonantes, pero sí podemos intentar que no se refuercen. En los primeros momentos es eficaz actuar con naturalidad. Si no nos escandalizamos ni nos reímos, seguramente la palabra pasará desapercibida y no se consolidará en el repertorio del niño. De lo contrario, aprenderá que esa es la mejor forma de conseguir lo que quiere y lo utilizará cuando desee algo y seguramente en el momento que surta mayor efecto, como por ejemplo cuando haya visita. Sabe muy bien cómo desbordar a sus padres y forzarlos a ceder. Todo tiene un límite Decir tacos o hablar sobre genitales y excrementos no es patológico. No hay que dramatizar, pero tampoco hay que ignorarlo siempre. Evidentemente, depende de la situación, y del criterio de los padres. Pero en general, si el niño excede el mal gusto y utiliza los tacos para herir a alguien o palabras muy fuertes, hay que decirle con firmeza ?y a ser posible en privado• que no es admisible. Debe saber que existen ciertas reglas sociales y tiene que conocer cuáles son y respetarlas. E indudablemente hay que recordárselas todas las veces que sean necesarias. Hay que decirle en una conversación sosegada, pero con actitud decidida y firme, que hay ciertas palabras o expresiones que no son apropiadas ni tolerables. Explicarles su significado para que entienda por qué no es correcto usarlas. Que pueden ofender a los demás y deteriorar las relaciones sociales. Que un clima de respeto mutuo previene la agresividad. Y que la mayoría de las personas ?incluidos nosotros- preferimos no escucharlas. Quizás a algún lector le parezca que estos matices son demasiado sutiles para niños tan pequeños, dada la etapa egocéntrica por la que atraviesan, pero la cortesía solo se logra gracias a una práctica continua y debe iniciarse en estas edades.

En busca de una solución • Primero prevenir. Cuidar las compañías, seleccionar los programas de la tele y predicar con el ejemplo. • Actuar con naturalidad en las primeras ocasiones. Reírle la gracia o reaccionar con enfado (amenazas, castigos o gritos) fomentará su uso cuando quiera poner a prueba al adulto. • Utilizar juegos de palabras. Para que los tacos pierdan fuerza expresiva podemos servirnos de palabras alternativas para expresar lo que siente, preguntarle por el significado real de sus palabras alegando que no entendemos lo que quiere decir, inventar palabras graciosas o rimas deformando el taco original, etc. • Entender sus motivos. Si averiguamos el porqué de sus palabras, podremos anticiparnos a los hechos. Por ejemplo, si busca atención, podemos compartir nuestro tiempo con él en diversas actividades; si quiere que se le tome en cuenta, escucharemos y valoraremos sus opiniones; si responde a algún malestar, le invitaremos a que comparta con nosotros su problema, etc. • No perder los nervios. Si no estamos seguros de reaccionar con calma, es útil tomarse un paréntesis para, más tarde, una vez sosegados poder hablar del tema con una mayor perspectiva. • Proceder con firmeza cuando utiliza las palabras malsonantes. De forma intencionada manifestarle nuestra desaprobación a su conducta, hacerle reflexionar sobre las consecuencias de sus actos en los demás y hacerle saber cómo queremos que se comporte. • Paciencia y perseverancia. Las conductas inapropiadas tardan tiempo en instaurarse, por lo que no desaparecerán de la noche a la mañana. • Penalizaciones. Si se ha intentado todo y no se logra que el niño modere su lenguaje, hay que marcar límites y penalizar su conducta haciéndole perder, por ejemplo, algún privilegio menor. Aplicar cierta dosis de disciplina y de autoridad no significa quererlo menos, al contrario, exige un esfuerzo suplementario de amor, tacto e inteligencia. Síndrome de Gilles de la Tourette No siempre el niño que dice tacos tiene control sobre lo que está haciendo. Los niños con síndrome de La Tourette presentan numerosos tics motores y fonatorios combinados, entre los que se encuentra decir palabrotas. Se trata de un trastorno neuronal poco frecuente. Pero la forma de decir tacos es diferente. Carece de intencionalidad. Aparece de repente, de forma estereotipada y sin sentido contextual, como descarga de una tensión originada por su estado emocional. Además la palabra soez suele ir acompañada de otros tics (muecas, carraspeos, movimientos de brazos y/o piernas?), todos ellos muy repetitivos. Cuentos para niños: palabras mágicas No siempre se es consciente del poder mágico que tienen los cuentos. Narraciones seductoras en las que los pequeños lectores se sumergen y adoptan como suyas, porque descubren que sus inquietudes o pequeños problemas también les ocurren a sus personajes favoritos. Un rico repertorio de palabras mágicas, que responden a sus necesidades internas, a través de las cuales el niño intenta comprender el mundo y reconocer sus emociones. Los cuentos favorecen el diálogo. Y qué mejor forma de empezar una conversación que a través de una historia con la que ellos se puedan identificar, o descubrir otros significados de las palabras jugando con ellas. Para leer • Los palabrorraros (a partir de 4 años) Serge Bloch. Bayard Ediciones, 2001. Col. Superchiki. • El libro de la caca (a partir de 4 años) Pernilla Stalfelt. Editorial Diagonal del Grupo 62, 2003 . Colección Diagonal Junior. • La noche de los mocos vivientes (a partir de 7 años) Dav Pilkey. S.M., 2005. Col. El barco de vapor. • El vicario que hablaba al revés (a partir de 7 años) Roald Dahl. S.M. Col. El barco de vapor. • Un ratón educado no se tira ratopedos (de 9 a 12 años) Jerónimo Stilton. Destino, 2005.

Virginia González. Psicóloga y profesora de Educación Infantil


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