Entrevista con Federico Mayor Zaragoza
Federico Mayor Zaragoza piensa que el principal problema de nuestra época es que vivimos en un mundo sin brújula, sin unos valores y principios universales que sirvan de referencia. Sin embargo, no pierde la esperanza en la capacidad del ser humano para alzar la voz y propiciar un cambio que nos conduzca de la actual cultura de la fuerza y de la imposición a una cultura del diálogo y la paz.
De Federico Mayor Zaragoza dijo Severo Ochoa que, si se hubiera dedicado plenamente a la Bioquímica, habría sido premio Nobel. No ha sido así, muy probablemente, porque la vocación de este barcelonés de 70 años desborda el estricto campo de la ciencia. Es catedrático de Bioquímica, pero también ha sido ministro de Educación y Ciencia (1981-82) y director general de la UNESCO, entre 1987 y 1999, año en que renunció a un tercer mandato al frente de la organización. A su vuelta a España, además de presidir el comité científico de la Fundación Areces, puesto en el que sucedió al propio Severo Ochoa y que aún hoy desempeña, se volcó en la creación de la Fundación Cultura por la Paz. Estaba convencido entonces de que después de siglos inmersos en una cultura de la guerra, de imposición del más fuerte y de asimetrías en el reparto de la riqueza, había llegado la hora de un cambio radical, de pasar a una cultura de la paz. Cinco años después cree que las razones que le impulsaron a poner en marcha su fundación no solo siguen siendo válidas, sino que los acontecimientos le han acabado dando la razón. Le dije entonces recuerda, evocando una conversación que mantuvimos poco después de su regreso a España, a finales de 1999 que los tiempos que venían no eran buenos, y estoy seguro de que pensará que acerté en mis pronósticos. Empezábamos un nuevo milenio en un mundo en el que se habían sustituido los valores éticos y los principios ideológicos por el dinero y le dije que, si eso seguía así, se producirían migraciones masivas, terrorismo internacional y guerra.
Índice
1. También dijo entonces que, a pesar de todo, mantenía la esperanza, porque tenía confianza en el ser humano. ¿Sigue siendo así?2. ¿Cuáles son, a su modo de ver, los grandes problemas a los que se enfrenta la humanidad en estos momentos?
3. ¿Y qué solución ve a todo eso?
4. ¿Y qué les decimos a los niños? ¿No corremos el riesgo de que piensen que les legamos un mundo terrible?
También dijo entonces que, a pesar de todo, mantenía la esperanza, porque tenía confianza en el ser humano. ¿Sigue siendo así?
Más todavía. El milenio arrancó con un mundo en manos de los grandes poderes mediáticos y económicos y, al mismo tiempo, sin la fuerza de la voz de la gente, que es la gran esperanza. Y en estos años hemos visto cómo la gente se ha movilizado, por ejemplo, contra la guerra. Millones de personas: no nos escucharon, pero no tenga duda de que nos oyeron. Yo creo que el siglo XXI puede ser el siglo de la gente, cuando por fin nos demos cuenta de que el artículo primero de la Declaración Universal, que todos los seres humanos son iguales en dignidad, es una realidad. Otra de las razones para la esperanza es la incorporación de la mujer a los puestos de decisión. No solo es que la mujer esté más apegada a la vida, es que además siempre aguanta un poco más. Cuando todo parece perdido, ellas todavía siguen aguantando.
¿Cuáles son, a su modo de ver, los grandes problemas a los que se enfrenta la humanidad en estos momentos?
El problema más importante es de principios. La única manera de orientarse en momentos de gran turbación y desconcierto es la brújula, y la brújula son unos principios universales y el sentimiento de que somos todos pasajeros con un destino común. Todo eso se ha sustituido por el mercado. Decía Machado que es de necios confundir valor y precio. Pues bien, eso es, precisamente, lo que se ha hecho. Y a mí esa abdicación de los gobernantes no solo me parece un error histórico, sino una irresponsabilidad imperdonable. La condición humana constituye un hecho absolutamente sorprendente y desmesurado, y en lugar de preocuparnos del conjunto de esa maravilla que se llama cada ser humano único, desde hace siglos nos hemos ocupado solo de unos cuantos. Hemos ido constituyendo en la aldea global un barrio próspero y al resto los hemos utilizado: han estado a nuestro servicio, han sido el músculo de nuestros ejércitos... El segundo gran tema de nuestra época es la incapacidad del poder para resolver los enormes desafíos que tiene planteados el mundo en economía, en lo social, en medioambiente o en cultura. La realidad solo puede transformarse si la conocemos a fondo y, para conocerla, resulta absolutamente imprescindible que los que gobiernan se acompañen de los científicos, académicos, de las personas mayores que tienen la experiencia: en una palabra, el mando hoy significa escucha y consulta permanente. Y el tercer problema es, a mi modo de ver, la enorme contradicción que supone que persigamos mejorar la democracia a escala nacional mientras que, en cuanto subimos un peldaño en el espacio supranacional, nos encontramos con corporaciones colosales que escapan a cualquier control. Y es que uno de los fenómenos de nuestro tiempo es que, mientras el Estado nacional ha cedido parte de su poder, muchas empresas y problemas tráfico de drogas, de personas, contaminación, epidemias... se han hecho supranacionales y el Estado, debilitado, no puede enfrentarse a ellos. Y entre tanto lo que sucede es que una parte de la humanidad tiene problemas para subsistir. Se calcula que más de mil millones de personas viven con un dólar al día, se mueren de hambre... Cuando vemos la televisión se nos encoge el corazón por los muertos a consecuencia de esta locura de la guerra y del terrorismo, pero no pensamos en las 50.000 personas que cada día mueren en el olvido, en el desamparo, la insolidaridad y el silencio. Y esto ocurre porque gastamos el dinero en la guerra, en la confrontación, en el músculo...
¿Y qué solución ve a todo eso?
Yo mantengo desde hace mucho que tenemos que pasar de una cultura de la fuerza a una del diálogo, del sentémonos a hablar. Pero esa cultura tenemos que construirla empezando por nosotros mismos. Nadie puede ser constructor de paz si no tiene claro que hay que terminar de una vez para siempre con ese terrible adagio de si quieres la paz, prepárate para la guerra tan presente en nuestro días. Yo sería más optimista acerca del futuro si viera menos resignación y menos silencio. No podemos ser dóciles. Las ONG se tienen que convertir en el núcleo del clamor de la gente e internet podría ser el medio para construir grandes redes para elevar la voz. Lo que no puede ser es que nos acaben diciendo aquello de "esperábamos tu voz y no nos llegó".
¿Y qué les decimos a los niños? ¿No corremos el riesgo de que piensen que les legamos un mundo terrible?
Los padres, los maestros y los medios de comunicación debemos hacer lo posible por transmitir a nuestros hijos la maravilla que es la existencia, el misterio formidable que es vivir, e insistir en todas las cosas buenas que tienen: paz, libertad, desayuno, vestido, colegio... Tienen luz mientras que el 70% de los niños del mundo no la tienen, agua... Recuerdo que, cuando estaba en la UNESCO, invitamos a un grupo de niños de países africanos a París y, cuando concluyó el viaje, les pregunté qué era lo que más les había gustado. Uno de ellos, mauritano, dijo sin pensarlo dos veces: Le robinet. ¡El grifo! Para él era un auténtico prodigio que con solo girar saliera agua... Hacerles ver a nuestros niños lo privilegiados que son es fundamental, porque sin comparación no hay ética: la ética es comparar y mirar hacia adelante. Hay que decirles todo lo bueno que tienen y que nunca se sientan intimidados por contar lo que sienten y lo que piensan. Y, sobre todo, hay que predicar con el ejemplo, porque valen más dos acciones que cien sermones. No hay más pedagogía que la del ejemplo.
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