Aprender a probar de todo para comer bien
En cuanto el peque de la casa ve un plato nuevo, pone mala cara. ¡Es normal! Necesita tiempo para aprender a apreciar todos los sabores de una alimentación variada.
En cuanto el peque de la casa ve un plato nuevo, pone mala cara. ¡Es normal! Necesita tiempo para aprender a apreciar todos los sabores de una alimentación variada.
Pomme dApi: ¿El gusto es innato?
Natalie Rigal: El sistema gustativo de un niño está ya formado en el vientre materno. Luego, la elaboración del gusto se deriva de un aprendizaje. Sin embargo, hay algo que no se debe a lo aprendido, algo innato: el gusto inmediato de los niños muy pequeños por lo dulce, como lo muestra el siguiente experimento. Se da aprobar cuatro soluciones a bebés de un día: una dulce, otra salada, otra ácida y otra amarga. Solo cuando prueban la dulce relajan la cara. Con los demás sabores, hacen muecas y muestran una expresión de rechazo espontáneo. Es posible que esta inclinación genética por lo dulce permita al niño alimentarse mejor durante los primeros meses de vida, porque la leche materna es ligeramente dulce. Pero, aunque el bebé esté predispuesto a rechazar lo ácido y lo amargo, puede ir reconciliándose con esos sabores a lo largo de su aprendizaje.
P.A.: ¿Cómo aprende a comer el niño pequeño?
N.R.: Los niños aprenden a comer del mismo modo que, más adelante, aprenden a caminar o a hablar. Este aprendizaje tiene por objetivo diversificar su alimentación, introducirlo en nuevos sabores distintos de la leche materna: somos omnívoros obligados a comer de todo para nuestro bienestar y nuestro equilibrio nutricional. Por eso tenemos muy poco rechazo innato por un determinado sabor o un alimento concreto. Dentro de las costumbres alimentarias de cada familia y de su entorno cultural, el niño aprende a elegir. Su gusto se va desarrollando a medida que madura su cerebro y, sobre todo, gracias a la acumulación de experiencias. Así tiene lugar el aprendizaje: cuantas más aventuras gustativas ha vivido el cerebro, más importante es su biblioteca de sabores y más se desarrolla este sentido.
P.A.: ¿Por qué valora más unos sabores que otros?
N.R.: También comemos con las emociones. Para apreciar un sabor, el niño tiene que sentir placer, bienestar y saciedad. Si la experiencia es desagradable (dolor de tripa, indigestión...) pueden surgir rechazos. A veces, el recuerdo de esas malas experiencias dura toda la vida. El niño tiende a asociar el gusto por un determinado alimento con la calidez del contexto en el que lo descubre. El placer que experimentan los padres es especialmente contagioso. En algunos países, como en México, a los niños les encantan los platos picantes simplemente porque sus padres los han acostumbrado desde muy pequeños.
Natalie Rigal y Sophie Chabot para Pomme dApi.
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