¿Por qué a los niños les gusta tanto contar?

1, 2, 3, pajarito inglés…”: cuentos, canciones, juegos… Los peques nunca se cansan de jugar con los números. ¿Qué representan para ellos y por qué se sienten tan orgullosos de utilizarlos cada día un poco mejor? Marie-Claire Bruley se lo explica a la redacción de Pomme d’Api, la edición francesa de la revista Caracola.

A los niños les gusta contar...

No hay más que oírlos subir la escalera a la vez que cuentan concienzudamente los escalones uno por uno. Hay que considerar, por una parte, el placer que supone para ellos el dominio de lo que ya han aprendido de memoria, el placer de recitar las cifras que se suceden ordenadamente. ¡Qué orgullo repetirlas sin equivocarse! Antes de los tres años, cuentan de uno a tres de oídas, luego pasan a cuatro y rápidamente se aventuran más allá, probando, equivocándose, volviendo a empezar... Este comportamiento típico revela el reto de traspasar por sí mismos un límite, de ir cada vez más lejos. Poco a poco, este placer empieza a tener sentido cuando llegan a elegir concretamente un número, lo nombran y lo asocian a una realidad: «Una manzana, dos manzanas, tres manzanas... ¡Hay tres manzanas!».

¿Y cómo aprenden?

Para poder contar, el niño tiene primero que percibirse a sí mismo como «uno», es decir, dejar de confundirse con la madre y tomar conciencia de su unicidad. Esto ocurre entre los ocho y los diez meses. El pequeño está ante un espejo en brazos de su madre. De repente, gira la cabeza, la mira atentamente y vuelve a mirar al espejo: acaba de descubrir la diferencia entre él y la madre, acaba de comprender que son dos. ¡Y éste es el comienzo! No se trata de un aprendizaje voluntario, establecido, impuesto por el entorno. A este aprendizaje se llega a través de juegos improvisados, espontáneos; juegos que entusiasman a los niños. ¿Quién no recuerda un momento de la infancia en que, medio dormido, se contaba en el papel de la pared un adorno que se repetía con armoniosa regularidad? Y lo mismo respecto a los infinitos juegos infantiles en relación con los «ritmos» de las baldosas o respecto a su atracción por los frisos que enmarcan las páginas de algunos libros de cuentos. Están escuchando un cuento ruso, por ejemplo, y, en el momento más emocionante, su mirada se dirige a los pequeños dibujos que enmarcan la ilustración principal: el abedul, la casa del bosque y la niña; el abedul, la casa del bosque... Tres imágenes que se repiten y que siempre tienen los mismos vecinos.

¿Por qué esa atracción? ¿Hay algo que los tranquiliza en la reiteración?

Sí, es tranquilizador tener siempre los mismos vecinos. En el punto más angustioso de la historia, el orden inalterable del friso les transmite que cada cual y cada cosa tienen su lugar, su legítimo lugar y que también ellos, aunque pequeños, tienen un lugar propio y único en este mundo tan complicado donde todo cambia (mundo que les infunde una sensación de caos, de desorden). A través de los adornos que se repiten, el niño genera un sentimiento de seguridad interior que realmente necesita.

¿Y ocurre lo mismo con la sucesión inalterable y constante de los números?

A través de los números, también se percibe una inmutabilidad y un cierto orden en las cosas. Desde los dieciocho meses, los niños necesitan orden. Apilan o encajan cubos: el cubo pequeño dentro del mediano; el mediano dentro del grande, etc. También ensartan perlas, alternándolas y creando, así, series, ritmos. Éstos son muy importantes: los ritmos de la vida diaria (noche/día; mamá/no mamá; cole/no cole, etc) favorecen la estructuración del niño. Al ensartar perlas, además, puede inventar otros ritmos: tres rojas, dos azules, tres rojas... ¡Y es él quien controla ese ritmo! Ordenar las cosas, repetirlas en el orden deseado, supone ejercer un cierto poder sobre ellas.

¿Son conscientes de que los números son infinitos? ¿Qué novedad les encuentran?

La curiosidad de los niños es insaciable. «Qué viene después de cien?», preguntaba una niña de cuatro años. ¡Y es que cien es mucho! De hecho, muchísimos niños creen que las personas mueren cuando llegan a los cien años, un tiempo larguísimo. Gracias a los números, los niños se proyectan en el futuro: «Cuando tenga tantos años, seré...; podré...». El tiempo fluye y las cifras permiten evocarlo y explorarlo mentalmente. Los números marcan el principio y el fin; evocan el hecho de nacer, de crecer, de envejecer y de morir. Y ayudan a los niños a situarse entre los demás; a ubicarse en una generación; a posicionarse respecto a otro: «¿Cuántos años tienes? Yo tengo cuatro y medio». Pero en la infinitud de los números, hay también una dimensión metafísica a la que los niños son sensibles: los números son una «imagen del infinito» y ofrecen los medios para conceptualizar lo que la imaginación concibe con dificultad. Permiten aprehender el tiempo y el espacio.

¿Las canciones ofrecen también el placer de jugar con los números?

A los niños les encanta contar, ¡mucho más si lo hacen en un contexto musical poético y rimado! Las canciones infantiles están repletas de invenciones espontáneas en torno a los números. Jugando libremente con las cifras, las rimas y las palabras, los niños llegan a crear historias divertidas, llenas de fantasía. Y, precisamente porque han jugado tanto con los números, cuando más adelante llegue el momento, serán capaces de abordar mucho más fácilmente las reglas matemáticas. Sophie Chabot para P. d´A. ¿Quieres ver este artículo en catalán?


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