Juegos para niños

El niño que está dispuesto a jugar está dispuesto a aprender. El juego es un elemento motivador a través del cual el niño realiza grandes adquisiciones, y lo mejor de todo, lo hace de forma relajada y disfrutando.

Padres, educadores, pediatras y psicólogos somos conscientes de que el juego es muy importante para el desarrollo del niño. A través del juego irá descubriendo las posibilidades de su cuerpo, ejercitará sus músculos y su coordinación, se descubrirá a sí mismo, se familiarizará con el mundo que le rodea e irá procesando la información que llega a su cerebro. El niño aprende jugando. De hecho, la actual legislación educativa recoge dicho espíritu lúdico para las escuelas en estos primeros años de vida.

Educativo o espontáneo

Una vez reconocida la trascendencia del juego, conviene hacer una puntualización para no correr el riesgo de transformar definitivamente la actividad lúdica en algo siempre estructurado, en una acción pedagógica constante. El juego por el juego también tiene sus beneficios y, por lo tanto, ambos tipos se deben intercalar. El juego educativo, individual o colectivo, es el que responde a un objetivo previo y se rige por unas reglas. Se utiliza como instrumento para reforzar hábitos positivos e incorporar nuevos aprendizajes o habilidades. El momento y la metodología elegida para proponérselo a los niños son planificados cuidadosamente por el equipo educativo y ocupa gran parte de la jornada escolar, incluso a veces más de lo aconsejable. En cambio, el juego espontáneo no tiene un fin en sí mismo. Su característica principal es la libertad, la recreación para el individuo o grupo que lo realiza. Con él se promueve la expresión de la personalidad, la elaboración de sus sentimientos y temores (a menudo contradictorios) y la asimilación de acontecimientos e informaciones que el niño va recibiendo. De él también podemos deducir la salud física y mental de los pequeños. El juego espontáneo no es una actividad banal, es también algo necesario.

Necesidades clave

Existen grandes variaciones individuales en el ritmo de desarrollo de cada niño, así como de sus intereses; pero aunque la atracción por el mismo tipo de juego no sea simultánea en todo el grupo, sí que hay unas necesidades comunes, alrededor de las cuales se organizan las experiencias, actividades y juegos en esta etapa educativa: · Adquirir autonomía suficiente para desenvolverse en su entorno (movimiento, cuidado de uno mismo, etc.) · Descubrir las características del medio que le rodea (cosas, plantas, animales y personas). · Adquirir competencias, destrezas, hábitos y actitudes que le faciliten su adaptación al medio y a las siguientes etapas educativas (lenguaje oral, aproximación al lenguaje escrito, expresión plástica, expresión musical, expresión corporal, relaciones, medida y representación en el espacio y en el tiempo). · Interiorizar valores coherentes y normas para convertirse en una persona cívica y respetuosa hacia los demás y hacia su entorno.

¿Qué hay que estimular?

Un juego no desarrolla un único aspecto. Cuando un niño está jugando al escondite inglés, no solo lo está pasando estupendamente, sino que está ejercitando su control motor, su capacidad auditiva, sus relaciones sociales y su pensamiento. El niño lo percibe como un todo, pero en realidad en cada juego hay muchos factores implicados. En la etapa de Educación Infantil hay cuatro funciones básicas que son de vital importancia desarrollar si queremos que el niño adquiera un adecuado aprendizaje escolar: · Psicomotricidad: partiendo de la exploración y el movimiento, aprenderá a conocer y controlar su propio cuerpo para adquirir y desarrollar la capacidad de percepción del espacio, tiempo y simbolismo. · Lenguaje (oral, mímico, postural y comportamental): aprendiendo a preguntar, callarse, escuchar, argumentar, intercambiar informaciones... irá estructurando su lenguaje, lo cual le ayudará a construir su pensamiento. · Percepción y pensamiento: para poder organizar los datos que le proporcionan sus sentidos, interpretarlos y completarlos a través de sus recuerdos, es decir, sobre la base de sus experiencias. · Afectividad y sociabilidad: jugando a sus juegos favoritos y entrando en contacto con los demás en distintas situaciones, podrá ir encontrando su lugar en la sociedad y superar bloqueos y dificultades.

La jornada escolar

La programación de los juegos a lo largo del día está muy condicionada por las características de cada grupo y sus necesidades de alimento, higiene y descanso. Sus cortos periodos de atención y su necesidad imperiosa de moverse y hablar condicionarán que a los juegos de movimiento suceda el descanso y que a las tareas que requieren una mayor concentración sigan otra capaces de procurar mayor esparcimiento. La rutina es importante para los niños, les da seguridad, pero hay que estar abiertos también a la improvisación y adaptar, en lo posible, las actividades al ritmo de los niños, a su estado de ánimo y a los imprevistos.

La importancia del entorno

Para que se dé una situación de juego, en primer lugar, el niño ha de sentirse seguro y confiado, y para ello es importante que el educador sea una persona activa, cercana y cariñosa, capaz de acompañar al escolar a lo largo de sus experiencias de aprendizaje y proporcionarle escenarios estimulantes; que le permita descubrir el cómo y el por qué de las situaciones, que respete su ritmo y su individualidad, que le ofrezca oportunidades para resolver sus dificultades, que favorezca la armonía entre los compañeros y que respete tanto sus éxitos como sus fracasos.

La diversidad es saludable

Sabemos que no hay un niño igual a otro, pero todos tienen en común el interés y el placer por el juego. La escuela propone situaciones y posee materiales lo suficientemente variados para que todos los niños disfruten sin excepción. La variedad lúdica es indicio de buena salud mental. Si un niño repite el mismo juego una y otra vez, nos estará mostrando que está buscando ayuda para resolver algún conflicto interno.

Distintas edades, distintos intereses

El juego ocupa la mayor parte del tiempo del niño, pero a medida que crece sus logros son mayores y los intereses evolucionan y se hacen más complejos. Progresivamente incorpora nuevos juegos, pero no suele abandonar los anteriores; los perfecciona y los enriquece. A los juegos de acción, se irán sumando los juegos de construcción, los de ficción y los de reglas. · Hasta los dos años predominan los juegos sensoriales, de movimiento y afectivos. Todavía no es capaz de compartir su juego con otros compañeros y necesita un adulto que presencie y coordine sus actividades, que le dé seguridad. Él puede estar con su juguete, pero está pendiente de la mirada y comentarios del educador, necesita compartir con él su sonrisa, su gozo. Si no fuera así, se quedaría en una simple exploración; es más, cuando no encuentra la complicidad del educador suele cambiar de actividad inmediatamente. Disfrutan también con los juegos de causa-efecto (“si hago esto, pasa aquello”). · A partir de los 24 meses suelen dar comienzo las primeras imitaciones y simbolizaciones, un tipo de juego muy especial, que se va tornando cada vez más complejo. Al principio utiliza objetos reales y repite las acciones que hacen otros, como, por ejemplo, dar de comer a una muñeca con una cuchara. Más tarde el niño desplegará toda su creatividad y traspasará los límites de la realidad, reajustando su mundo interior con el mundo exterior. · A los tres años, el niño va independizándose del adulto y, aunque todavía le cuesta compartir, jugando y jugando con los demás, aprende a relacionarse con ellos y a respetarlos. Los movimientos rudimentarios de su cuerpo y de sus manos son cada vez más precisos, por lo que le encanta ejercitar estas actividades: corren, pedalean, trepan, bailan... de manera incansable y suelen disfrutar con la pintura y con los juegos de encajes. Sus periodos de atención son mayores y les gusta aprender gran cantidad de cosas, pero siempre experimentando, jugando con cajas, cucharas, tapones, agua, arena, etc. Su juego simbólico se enriquece y es capaz de realizar acciones aunque no esté presente el objeto, como por ejemplo dar de comer a la muñeca aunque no tenga la cuchara. Imagina bellas historias, cambia los argumentos a su gusto y da vida a mascotas y objetos. Les gusta jugar a ser mayor, que es lo que más ansían en este momento. Cocinitas, muñecas y disfraces harán sus delicias. · A los cuatro años, la etapa de transición está quedando atrás: el niño ya está listo para mostrarnos su independencia. Necesita autoafirmarse, identificarse con los adultos y compararse con los demás. Esta seguridad le lleva al acercamiento social, si bien todavía tiene mucho que aprender. Es el momento ideal para que entre en contacto con los juegos de reglas. Debido a su gran fantasía prefiere “cachivaches” sin un significado previo a juguetes muy sofisticados que mermen su acción e imaginación. El juego simbólico tiene ahora gran relevancia. Si prestamos atención a sus movimientos, a sus diálogos y a sus acciones, este juego nos da mucha información sobre el desarrollo motriz, cognitivo, comunicativo y afectivo del niño. Su madurez emocional es mayor, por lo que puede permanecer más tiempo sentado, aunque sigue necesitando mucho movimiento. Le gustan los juegos de palabras, las rimas y los ritmos, y disfruta enormemente aprendiendo canciones y coplillas. · A los cinco años, el niño ha escalado una gran montaña de su desarrollo con gran rapidez y a partir de ahora sus cambios ya no impresionan tanto, pero sigue madurando. Se ha convertido en un pequeño científico. Le gusta observar, experimentar, hacerse preguntas y buscar soluciones. Le gusta medir, pesar, cuantificar y asociar, y casi todo sin ayuda. Posee un buen equilibrio y control de su cuerpo, disfrutando con los juegos motrices (obstáculos, lanzamiento de pelotas, patines, zancos...). Superado ya gran parte de su egocentrismo, le resulta más fácil aceptar el protagonismo de los demás. Con los juegos de reglas, en los que hay pautas o algún tipo de condición, no solo conocerá sus propias capacidades, sino que aprenderá los sistemas de reglas sociales y a mejorar su tolerancia. Perder no es agradable, pero al lado del adulto irá superando las pequeñas contrariedades. Para los niños muy competitivos, los juegos cooperativos son de gran utilidad. Hablar es un placer y comienza a percibir la ambigüedad del lenguaje. Disfruta con juegos verbales y chistes. El aprendizaje de la lectura y escritura empieza a ser una necesidad, los pictogramas son una gran motivación para él. Virginia González. Psicóloga y profesora de Educación Infantil


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