Como pez en el agua

Ya sea en el mar o en la piscina, el agua evoca relajación, juego, libertad... pero también miedo y angustia. ¿Cómo ayudar a nuestros hijos a familiarizarse con el agua? ¿Qué interés tiene para ellos el saber nadar? Claudi Pansu, especialista en el medio acuático, nos ofrece la respuesta.

¿Por qué hay que saber nadar?

El agua forma parte de la vida y es importante sentirse bien en ella. Aprender a nadar es esencial para no ahogarse, claro, pero también para ayudar al niño a desarrollar su motricidad y a encontrar sus puntos de referencia en el espacio, así como para sociabilizar a través del juego. A menudo creemos que los pequeños se sienten a gusto en el agua desde el primer momento porque les recuerda el medio intrauterino. Pero no es así: cuando los metemos en el agua... ¡se hunden! La natación es pues un aprendizaje básico, como la lectura y la escritura. Salvo que se padezcan otitis serias, cardiopatías u otros problemas de salud, todo el mundo debería lanzarse al agua.

¿Cómo abordar la natación entre los 5 y los 7 años?

Entre los 5 y los 7 años, es el momento en que se desarrolla la coordinación psicomotriz: los niños ya son capaces de hacer gestos diferentes con los brazos y las piernas a la vez, mientras respiran. Pueden empezar a aprender realmente las técnicas de la natación. Algunos lo consiguen a los 5 años, otros lo logran más tarde... En todo caso, hay que respetar el ritmo del niño. No puede aprender a nadar a crol, espalda, braza o mariposa hasta que realmente lo desee de verdad y sea totalmente autónomo. Un niño autónomo sabe saltar a la piscina donde no hace pie, bucear y sacar la cabeza para respirar, avanzar sin burbuja ni manguitos y sin ayuda de sus padres, y llegar al borde tranquilamente. Es capaz de desplazarse con movimientos que le son propios. En ese estadio, los padres pueden, por ejemplo, prepararlo para el crol: sugerirle que simplemente encadene los movimientos de brazos y piernas (eventualmente con aletas) manteniendo la cabeza dentro del agua. También pueden animarle a ponerse de espaldas, para prepararlo a la natación dorsal. Luego habrá que ceder el puesto a los profesores de natación: solo ellos están en condiciones de enseñar correctamente las diferentes técnicas.

¿Qué hacer cuando un niño tiene miedo al agua?

En general, a los 6 años, el niño ya conoce el medio acuático y empieza a manejarse en él. Pero, si nunca ha estado en contacto con el agua o si se siente incómodo, hay que familiarizarlo sin forzarlo, a poca profundidad: en la piscina de los pequeños, podemos pedirle que ande y que corra, que pase por debajo y por encima de un aro para ayudarlo a meter la cabeza debajo del agua, que pase de la posición vertical a la posición horizontal... Poco a poco, el niño irá aventurándose hacia donde no hace pie y luego, cuando se sienta más seguro, podrá bañarse en la piscina grande. Si tiene mucho miedo, habrá que ir muy despacio, paso a paso, empezando por jugar, remojarse los pies en el pediluvio y en la charca de juegos... o bien pedir la ayuda de un profesional. En todo caso, independientemente del nivel del niño, los padres tienen que permanecer cerca, vigilando, para poder rescatarlo en caso de necesidad. Incluso cuando empieza a saber nadar, hay que continuar vigilándolo en todo momento. Claude Pansu. Entrevista: Cécile Couturier.

El agua, un placer para los niños discapacitados

El agua es atractiva y, como cualquier otro medio, se puede dominar. De un modo natural, algunos niños se sienten mejor que otros en ella. Para facilitar ese aprendizaje, los padres también tienen un papel que desempeñar. Claudi Pansu, especialista en el medio acuático, responde a nuestras preguntas.

¿Qué beneficios obtienen los niños discapacitados del contacto con el agua?

A menudo, los niños discapacitados se sienten más cómodos en el agua. La mayor parte de los clubs para bebés nadadores ofrecen talleres en los que hay a su disposición piscinas de agua caliente y equipos especializados. Los resultados suelen ser impresionantes: los niños que sufren miopatías* pueden caminar en el agua o nadar y, a veces, incluso pueden desenvolverse solos, sin corsé ni ayuda de sus padres. Para ellos, es un auténtico descubrimiento. A menudo, niños que están inmovilizados consiguen encontrar el equilibro en posición vertical utilizando juguetes y accesorios. Los niños autistas se sienten bien en el agua, que ejerce en ellos un efecto calmante. En resumen: los niños se divierten, porque el agua libera su cuerpo. La autonomía adquirida puede ser mínima, pero los padres ven de un modo distinto a su hijo y su alegría los reconforta. Verlos divertirse como locos durante 30 ó 45 minutos es algo que no tiene precio. *Enfermedades musculares.

¿Cómo pueden los padres alentar a los hijos?

Algunos padres, ya sea porque son demasiado protectores o porque se sienten intranquilos, inducen al niño a desconfiar del agua. Otros, por el contrario, lo empujan al agua, arriesgándose a generar un sentimiento de inseguridad y a predisponerlo en contra. Lo adecuado es animar al niño y acompañarlo en la diversión (saltar cada vez más lejos, imitar a un pez, a un delfín, etc.). Si creamos un ambiente lúdico, el niño deseará hacer muchas cosas en el agua. El aprendizaje de la autonomía da lugar a buenos momentos entre padres e hijos: el padre o la madre representan todavía la seguridad básica, pero los progresos se hacen con el niño, creando nuevos lazos de complicidad. Son unos intercambios muy especiales que no se dan en otros deportes. Claudi Pansu. Entrevista: Cécile Couturier.


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