La salud mental de los hijos
En esta sociedad compleja y cambiante es recomendable que los padres se sensibilicen de la necesidad de salvaguardar la salud mental de los hijos. La salud mental, por supuesto, no depende únicamente del ambiente hogareño pero, cuando el clima familiar es sano y las relaciones que se establecen en su seno amorosas, los menores tienen muchas probabilidades de desarrollarse adecuadamente.
El concepto de trastorno psicológico no admite una definición única. A esto ha de agregarse que en el continuum normalidad-patología no siempre es fácil precisar dónde se quiebra la salud. A menudo la presencia de un conjunto de síntomas que generan malestar o interfieren en la actividad infantil permite hablar de trastorno mental. La anomalía acontece en el plano cognitivo, emocional, conductual, relacional o social y altera la vida del niño de forma considerable. El trastorno mental propiamente dicho supone una pérdida del equilibrio psíquico que limita las posibilidades de realización personal. No debe confundirse con problemas psicopatológicos menores, muy frecuentes durante la etapa de crecimiento, como la onicofagia (comerse las uñas), oposicionismo, mentiras menudas, falta de higiene, terrores nocturnos, etc., que pueden expresar leve inmadurez, ansiedad ante determinadas situaciones o adquisición de un hábito inadecuado. La psicopatología mayor infanto-adolescente puede variar según la edad y el género, pero en general afecta a aspectos como: aprendizaje, desarrollo, conducta, alimentación, sueño, comunicación, etc. La gama es tan amplia que, cuando los padres tengan dudas, lo más indicado es que consulten a un especialista. Más allá del tratamiento psicológico o médico, es imprescindible contar con la participación de la familia.
Causas de los trastornos
El estudio de las causas de los trastornos mentales generalmente permite descubrir una combinación de factores orgánicos, psicológicos y sociales. Hay ocasiones en que predominan las causas biológicas (anomalías genéticas, disfunciones cerebrales, etc.). A veces, en cambio, la clave hay que buscarla en experiencias infantiles traumáticas relacionadas con agresión, desatención, rechazo, etc., cuyo impacto negativo depende en parte de la fortaleza de la personalidad del menor. La debilidad psíquica en los primeros tramos evolutivos puede impedir una asimilación del conflicto, que a su vez acrecienta la vulnerabilidad y dificulta el desarrollo personal. Un tercer grupo de causas principales de problemas psicopatológicos hay que buscarlo en las experiencias sociales. Es el caso, por ejemplo, de las situaciones familiares presididas por la excesiva rigidez, la mala comunicación, la falta de afecto, la sobreprotección, etc. Tampoco cabe prescindir del ambiente sociocultural en la valoración de riesgos que se ciernen sobre niños y adolescentes. Un contexto caracterizado por la corrupción, la represión, la manipulación de los mass media, la pobreza económica, la contaminación y el alejamiento de la naturaleza, el abuso de la técnica, etc., es terreno abonado para la enfermedad mental. Evidentemente, la intervención de los factores sociales no es fácilmente separable de las causas psicológicas ni de los aspectos biológicos. La ponderación de las distintas dimensiones, en la medida en que sea posible, requeriría probablemente un estudio pormenorizado de cada caso.
Cambios familiares
La familia en los países occidentales está experimentando grandes transformaciones de todos conocidas. Con carácter general, esta institución en la actualidad es más flexible y compleja, lo que equivale a decir que la familia no sigue exclusivamente un esquema tradicional constituido por el padre, la madre y los hijos nacidos en el seno del matrimonio. Las consecuencias de las condiciones en que se encuentra la familia varían, pero resulta indudable que a medida que se incremente la desintegración en el hogar, sus miembros quedarán expuestos a mayor número de problemas psicológicos. El modelo de relaciones familiares presidido por la escasa comunicación, la debilidad estructural o la rigidez constituye una de las causas reales de psicopatología en niños y adolescentes. Los progenitores están hoy absorbidos por la prisa y el trabajo, lo que resta tiempo para dedicarlo a los hijos. El bienestar material en el hogar tampoco se acompaña siempre de calidad interhumana. Un paisaje familiar repleto de aparatos electrónicos no deja sitio al encuentro afectivo. En este marco de creciente despersonalización hallamos al menos las siguientes fuentes familiares de perturbación psíquica: La permisividad parental establecida como reacción al autoritarismo de antaño ha resultado ser igualmente nefasta para el desarrollo emocional y social de los niños. La estructura permisiva corresponde a comunidades familiares en las que los padres no asumen sus responsabilidades ni establecen ningún tipo de normas, lo que conduce a los hijos hacia una desorientación peligrosa. Pensemos, por ejemplo, en el alcoholismo y en otras drogodependencias. La debilidad de la comunicación familiar y la soledad consiguiente. Hay que tener en cuenta también el aislamiento y el individualismo acentuados por unas tecnologías (televisión, internet...) que con frecuencia se usan inadecuada o abusivamente. En estas circunstancias, nada tiene de extraño que en los sectores más jóvenes de la población hayan aumentado las adicciones electrónicas. La desintegración familiar producida por separación o divorcio. Las consecuencias del resquebrajamiento varían considerablemente según los casos, pero los conflictos y las tensiones en el hogar calan negativamente en los niños y pueden empujarlos hacia la violencia, la marginación, etc. El estrés familiar generado por situaciones de apuro económico, exigencias de sobreadaptación, etc., perjudica la salud mental. De hecho, los niños que proceden de capas sociales desfavorecidas y los inmigrantes están más expuestos a las llamadas enfermedades psicosomáticas: asma, cefaleas, trastornos intestinales, etc. Los acontecimientos vitales (muerte de un ser querido, abuso sexual, abandono del hogar de un progenitor, enfermedad grave, toxicomanía de un familiar, etc.) tienen también incidencia negativa en la salud mental de niños y adolescentes.
Educación humanística
La familia se ocupa sobre todo y por vía natural y espontánea del despliegue emocional y de la orientación vital de sus miembros. La adopción de una educación familiar genuinamente humanista cuyos fundamentos sean el amor, la armonía entre los progenitores, las normas razonables y la comunicación constituye el mejor garante de salud mental, hoy amenazada en niños y adolescentes por factores de diversa índole. La vida familiar requiere cuidado permanente, tacto, afecto, comprensión, valores, atención a lo aparentemente nimio, estimulación suficiente y sensibilidad respecto a la singularidad de cada hijo. Un ambiente familiar de estas características ilumina al niño y le proporciona los más saludables recursos personales para la aventura de vivir.
Valentín Martínez-Otero Profesor y doctor en Psicología y en Pedagogía
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