¿Por qué los peques necesitan tiempo para jugar?

El niño descubre el mundo jugando. Es su modo de aprender y de comprender cómo funciona todo lo que le rodea. Las vacaciones son una ocasión ideal para jugar durante horas, sin límites... o casi.

El juego es la vida

Anne Bacus, psicóloga y madre de dos hijos afirma: “Para un niño, el juego es la vida. El niño aprende y comprende el mundo a través del juego. Con su primer sonajero, que hace sonar al agitarlo, el bebé descubre la ley de causa-efecto, el poder que puede tener sobre los objetos. Al jugar al escondite, descubre las relaciones interpersonales; al jugar con una grúa, averigua el mecanismo de los objetos, etc. A través de todos los juegos de simulación o imitación, hace suyo lo que ha visto y observado en los demás. Es para él una forma de comprender, asimilar e interiorizar. El juego es algo natural y espontáneo en el niño. Para el pequeño, no existen diferencias entre jugar y descubrir. Los niños tienen un enfoque lúdico de la vida, es algo que les proporciona un gran placer”.

Aprovechar las vacaciones para jugar... durante horas

Las vacaciones son una ocasión perfecta para apearse de la carrera del consumo. Especialmente en lo que a los juguetes se refiere. Porque, al contrario de lo que nos ocurre a los adultos, que nos cansamos pronto de la rutina, a los niños pequeños les encanta repetir lo mismo durante horas... Son capaces de llenar un cubo (en el mar o en una piscinita) cientos de veces para vaciarlo de inmediato. Lo mismo ocurre con las torres de cubos, que levantan y tiran al suelo una y otra vez; o con el tobogán, por el que suben y bajan sin parar y sin ahorrar esfuerzos. El niño necesita puntos de referencia para sentirse seguro en la exploración del mundo y de los demás. Encontrar cada año la misma muñeca vieja en el armario de la abuela, le produce una alegría inigualable. De hecho, el niño pequeño es el mejor inventor de juegos. Al hilo de su imaginación, los adapta a sus necesidades y a las apetencias del momento. Dejémosles actuar a su antojo, poniéndoles límites de espacio y tiempo, protegiéndolos de los peligros y respondiendo cuando nos inviten a participar en algunos de esos momentos lúdicos. Son instantes de festiva complicidad que hacen olvidar muchas fatigas y sinsabores. Agnès Auschitzka-La Croix.

¿Cómo aprovechar las vacaciones todos juntos?

Entre el trabajo, el colegio, los deberes y todas las demás actividades, no siempre es fácil pasar un buen rato en familia. Afortunadamente, ahí están las vacaciones para recuperar el tiempo perdido. Construir una cabaña, ir al mercado, cocinar, mirar las estrellas: todos los placeres del verano son una ocasión para estar juntos.

Una período ideal para la familia

Caroline Chavelli, fundadora de la asociación “El mostrador de historias” afirma: “Cuando los dos padres trabajan, el simple hecho de reunirse con la perspectiva de convivir una temporada juntos (aunque sean solo siete días, eso ya es tres veces más que un fin de semana) es ya un punto de partida favorable para pasar unas grandes vacaciones con los hijos pequeños. Cuando solo trabaja uno de los padres, es la ocasión para formar un trío, o más. La reunión de la familia crea otros modos de vida, otros intereses, diferentes de los que tenemos el resto del año. También es la ocasión de disfrutar de una relación privilegiada entre uno de los padres y un hijo en determinado. Precisamente una de las mayores carencias cotidianas de las familias de hoy es la falta de tiempo para estar juntos. Las vacaciones son el momento ideal para subsanar esta carencia. A veces, también son una buena ocasión para reunirse con otros miembros de la familia y relacionarse con ellos. Estos encuentros, cuando son armoniosos, refuerzan el sentimiento de afecto, tan importante para los peques que saben o descubren que, además de sus padres, hay otras personas que también los quieren”.

Cualquier ocasión es buena para estar juntos

En primer lugar, las actividades lúdicas más clásicas: dos horas por delante para construir una cabaña con papá y reunión posterior en la misma para merendar. Un cuento leído dos y hasta tres veces, deteniéndonos en las imágenes. La realización de un herbario, de un diario, etc. También están las tareas de la vida cotidiana. Al desempeñarlas juntos, se convierten en una fuente de placer, de aprendizaje y de orgullo para los niños: la compra parece un paseo por el país de los colores y los sabores; separar la ropa lavada de cada cual se convierte en un gran juego de familia que identifica el lugar que ocupa cada uno en su seno; el aseo, recoger, la limpieza, la cocina o poner la mesa son ocasiones útiles para que el niño valore la confianza que sus padres o sus abuelos depositan en él y que lo encaminan hacia la autonomía. Por último, hay momentos excepcionales que solo se pueden dar en vacaciones. Los mejores suelen ser los que tienen un matiz aventurero: salir muy temprano para ver el amanecer o pasar una noche al raso son experiencias que quedarán grabadas para siempre en la memoria del niño. Agnès Auschitzka-La Croix.

Vacaciones para hacer nuevos descubrimientos

Para los niños, las vacaciones no son sinónimo de descanso. Los peques se mueven, descubren, se aventuran... bajo la atenta mirada de sus padres, que está más disponibles. De este modo, los más pequeños cogen confianza en sí mismos y maduran. Aprovechemos esos momentos de relajación para hacerles vivir nuevas experiencias.

Aprender de nuevo a mirar, observar y escuchar a nuestro hijo

Tim Seldin, pedagogo y padre de tres hijos nos explica: “Hace cien años, Maria Montessori, la primera mujer médico de Italia, dio un nuevo enfoque a la educación basado en la confianza en el niño y en el respeto a su ritmo de crecimiento. En casa y, en particular, durante las vacaciones, podemos dar prioridad a estos valores educativos que favorecen la autonomía del niño. Pero, para creer en las posibilidades de nuestro hijo, respetándolo en su originalidad, los padres tenemos que aprender de nuevo a mirarlos, observarlos y escucharlos. Día a día, el niño afirma sus preferencias, manifiesta curiosidad por determinadas cosas y adquiere habilidades. También tenemos que renunciar a compararlos con los demás y a exigirles unos resultados obligatorios. Solo así, los padres podremos crear un marco favorable y ofrecerle los medios para ir superando, paso a paso, las etapas que le permitirán desarrollar su personalidad y le conducirán hacia la autonomía. “Cómo ha crecido, cuánto ha cambiado”, le dirán cuando regrese de las vacaciones”.

Facilitar su autonomía y ofrecerle nuevos descubrimientos

Hasta que adquiere uso de razón, el niño aprende y comprende actuando, experimentando, independientemente del lugar donde se encuentre (en casa, en la guardería, en el parque o en la escuela infantil) y de la época del año (el niño pequeño aprende lo mismo o más durante las vacaciones). Para desarrollarse, los niños pequeños tienen a un tiempo necesidad y ganas de vivir en un universo ordenado y adaptado a su medida: cajas para guardar los juguetes, taburete para alcanzar el lavabo, cajones inferiores reservados, colgadores situados a una altura que les permita colgar la ropa ellos solos, etc. Si el niño pasa las vacaciones en un apartamento alquilado, merece la pena dedicar un tiempo a su instalación, utilizando los medios a nuestro alcance para facilitar su autonomía. El niño aprehende el mundo a través de los sentidos. Las vacaciones son una ocasión para variar las situaciones: aspirar el olor de flores diferentes o de las plantas aromáticas y aprender su nombre, observar en la vegetación todos los matices de verde, recoger todo tipo de objetos y reconocerlos al tacto (metiéndolos en una bolsa, por ejemplo), adivinar de qué material están hechos, separar botones por colores, telas por su textura, palitos por su grosor o su longitud, objetos por su peso, etc. Agnès Auschitzka-La Croix.

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