Televisión y educación

Catedrática de Filosofía moral y política de la Universidad Autónoma de Barcelona y autora de casi una veintena de libros, Victoria Camps fue senadora por el PSC entre 1993 y 1995. Como vicepresidenta del Consejo Audiovisual de Cataluña (CAC), ha dirigido el “Libro Blanco: La educación en el entorno audiovisual”, en el que se analiza la influencia de la radio, la televisión e internet en el desarrollo de los niños y los adolescentes.

P.: Antes de ocupar la vicepresidencia del CAC, ya fue usted presidenta de la Comisión de Estudio de Contenidos Televisivos del Senado a mediados de los 90. En estos años, ¿en qué hemos avanzado y en qué retrocedido con respecto a la calidad de nuestra televisión y, en concreto, en lo referente a la programación infantil? R.: Desde 1995, año en que se presentó el Informe de la Comisión del Senado, no ha habido grandes avances con respecto a la programación televisiva en general y, menos aún, con respecto a la infantil. Tenemos más programas de telebasura y menos programación infantil que entonces. En nuestro Libro Blanco se constata el bajón experimentado. Hay que matizar que la televisión pública catalana mantiene un nivel de calidad, y una atención a la programación infantil, bastante más esperanzador que el resto de las televisiones de ámbito nacional. Algo tendrá que ver con el hecho de que en Cataluña existe un consejo audiovisual que vela por los contenidos. P.: ¿Cuáles son las funciones del CAC? R.: El CAC tiene, entre otras, la función de velar por el cumplimiento de la legislación sobre audiovisual. Concretamente, la misión del CAC se ha centrado –en la radio y en la televisión de ámbito catalán, puesto que no tiene competencias más allá de dicho espacio– en cuestiones como pluralismo político y social, uso de la lengua catalana y protección de la infancia y de los derechos de las personas y, más específicamente, de los telespectadores. P.: ¿Cómo es posible que no exista un organismo similar en el ámbito del Estado, a pesar de que, al menos aparentemente, existe unanimidad acerca de su necesidad? R.: Yo también me hago esta pregunta: ¿cómo es posible que no exista un consejo audiovisual estatal cuando su creación fue aprobada por unanimidad en el Senado en 1995? La respuesta no es difícil de imaginar: cuando un grupo político tiene el poder, evita ser controlado, y el consejo audiovisual debe ejercer ese control. Esperemos que el nuevo Gobierno socialista cumpla con su promesa de crear cuanto antes ese consejo. Somos el único país europeo que no lo tiene.

P.: Los medios audiovisuales, con la TV al frente, pueden ser valiosísimas armas educativas. ¿Estamos aprovechando correctamente ese potencial o, por el contrario, estamos permitiendo que se vuelva contra los principios y valores de la educación? R.: No estamos aprovechando el potencial educativo de la televisión. Habría que hacerlo en varios sentidos. En primer lugar, habría que conseguir que la televisión no maleducara, que no destruyera en pocas horas los esfuerzos de la escuela o de la familia por enseñar y formar a niños y adolescentes. En segundo lugar, la televisión debería tener más contacto con los centros educativos y colaborar en la tarea de enseñar a los niños y niñas a leer y descifrar el lenguaje audiovisual. P.: El consumo audiovisual de los menores españoles en el hogar alcanza, como media, las 30 horas semanales, según el Libro Blanco que usted ha coordinado. ¿La responsabilidad de ese abuso es exclusivamente de los padres? R.: Es mayormente de los padres. Nadie sino ellos puede evitar que los menores vean la televisión cuando deberían estar durmiendo o deberían ocuparse en estudiar o hacer los deberes. De todas formas, y teniendo en cuenta que hoy el padre y la madre trabajan fuera de casa, las administraciones públicas deben empeñarse más en conseguir que sea más fácil conciliar el horario laboral y el familiar. Habría que ayudar también a las familias más desprotegidas a fin de que puedan ofrecer a sus hijos alternativas de ocio distintas a la de ver la televisión. P.: ¿Por qué cree que se ha llegado a la situación de que los niños españoles prefieran ver la televisión a partir de las 10 de la noche? R.: Seguramente, por desidia de los padres, porque es más cómodo dejar hacer que educar, y porque la televisión, sin ser un entretenimiento atractivo –que no lo es–, es tentadora por lo fácil que resulta encenderla y limitarse a mirar. En España tenemos hábitos de conducta –entre ellos el acostarnos tarde– que la infancia adquiere antes de tiempo. Las televisiones públicas han hecho bien en volver a pasar un spot similar al antiguo Vamos a la cama, que sin duda es una ayuda para la disciplina familiar. Aquí hay otro potencial educativo de la televisión: el de poner límites y decirles a los más pequeños que a cierta hora hay que apagarla para irse a dormir.

P.: La programación específicamente infantil es cada vez más escasa, incluso en las cadenas públicas, ¿por qué cree que ha sucedido esto? R.: A los directivos de las televisiones les interesa el rendimiento publicitario, tener audiencias, y la programación infantil cumple poco ese cometido. Aunque es cierto que la audiencia infantil es la más adicta a la televisión, los niños miran lo que les echen y, como es lógico, sobre todo los adolescentes tienden a engancharse más en los programas que no son para ellos. Ningún aliciente económico induce a potenciar la programación infantil. Y fuera de la economía, en nuestro mundo, hay pocos alicientes que funcionen. Ahora bien, las televisiones que siguen esa dinámica no están cumpliendo su misión de servicio público. P.: La tarea de enseñar a los niños a ser críticos con los contenidos de los medios audiovisuales ¿corresponde a la familia o a la escuela? R.: A ambos. Los padres deben acompañar a sus hijos de vez en cuando y enseñarlos a seleccionar programas y a entenderlos o criticarlos si es preciso. La escuela puede hacerlo a otro nivel, más técnico o más académico, enseñando a leer el lenguaje publicitario, el de los informativos, a deconstruir esos lenguajes, descubrir las trampas y engaños que encierran y, en definitiva, ayudar a que el niño o la niña acabe siendo un receptor inteligente. P.: ¿Es posible tener una televisión mejor? ¿Cuál es el camino? R.: Hay que pensar y confiar en que es posible. Sin esperanza no se transforma nada. La televisión, como todas las tecnologías, tiene que estar al servicio de la humanidad y no al revés. Que acabe siendo así es cuestión de voluntad. Voluntad, en primer lugar, de que existan consejos audiovisuales independientes. Ese es el primer paso.

Paz Hernández


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